La desaparición del INSABI, una admisión de fracaso.
El 1 de enero de 2020, comenzó la operación del INSABI, desapareciendo lo que hasta entonces era el Seguro Popular, con el cobijo de una de muchas frases presidenciales de esas que tanto le gustan: “El Seguro Popular, que ni era seguro, ni era popular”.
El INSABI prometía entonces y hasta el día de ayer, proveer de servicios de salud, gratuitos y a una escala mucho mayor a todas las personas que no gozaban de ningún servicio de salud. Y surgió, casi desde entonces la promesa de que México tendría un sistema de salud como el de Dinamarca.
Sin embargo, más allá del cambio en el nombre, el INSABI comenzó una demolición de un sistema de salud, anquilosado, complicado, lleno de carencias, corrupto, empobrecido y limitado para construir en su lugar un sistema de salud mucho, para decirlo en términos simples, peor.
El Seguro Popular, era dueño de muy poco, porque más que un instituto con infraestructura era un sistema de transferencia de recursos que se basaba en la firma de convenios entre los estados y la federación para que unos operaran de forma más o menos descentralizada la infraestructura hospitalaria y la segunda, financiara a través de diversos mecanismos la operación de dicha infraestructura.
Podría pensarse que no tenía nada de extraordinario, pero al menos, había conseguir una deficiente, pero relativamente funcional cooperación para proveer servicios de salud. El garbanzo de a libra en el Seguro Popular, sin embargo, no era el modelo de coordinación financiera, sino el Seguro para Gastos Catastróficos. Ese seguro, se había constituido con una sola finalidad: que las personas que desarrollaran problema de salud grave y/o crónico que por su naturaleza suelen destruir el escaso patrimonio de las familias, endeudarlas o que simplemente no pueden afrontar, tuviera un modo de financiarse sin que eso ocurriera. La Red del Seguro Popular operaba hospitales de tercer nivel de atención que brindaban los servicios y entregaban medicamentos especializados (con las carencias sabidas).
El presidente liquidó el fideicomiso para el Seguro de Gastos Catastróficos alegando que el INSABI lo haría mejor y comenzaron las carencias que se han documentado por cientos: las personas con cáncer se quedaron sin medicamentos para sus quimioterapias; los hospitales de tercer nivel tenían carencias que los pacientes debían cubrir y antes no; rompió con los proveedores de medicinas alegando corrupción y diciendo que lo haría la ONU para luego regresar con los proveedores iniciales por el alto costo que representaba hacerlo a través de la UNOPS; y para colmo de males, como es sabido por todos, sobrevino la pandemia que lo rebasó todo.
La propuesta comenzó a mutar hace algunos meses hacia otro organismo: el IMSS-Bienestar. Se trata de un proyecto aún más ambicioso, pero que se apoya en un Instituto que enfrenta serias carencias y problemas operativos por sí solo: EL IMSS. El ambicioso proyecto contempla que, como el INSABI no pudo conseguir su finalidad a través de la red de hospitales y profesionales que operaba el Seguro Popular, ahora habrá que incorporar esa Red a la ya existente del IMSS, para que entre todos, proporcionen acceso a la Salud tanto a derechohabientes al IMSS como a no derechohabientes.
El caso es que una propuesta mucho menos ambiciosa y sencilla de articular, falló al grado de tener que desaparecerla, de modo que, qué le espera a una idea mucho más ambiciosa, sin recursos adicionales que parte de un instrumento desgastado y problemas operativos como el IMSS? Usted dirá.