En el Día de Muertos, el copal es mucho más que un simple incienso: es un símbolo ancestral de purificación, respeto y conexión espiritual. Desde tiempos prehispánicos, los pueblos originarios de Mesoamérica lo consideraban una ofrenda divina, una manera de comunicarse con los dioses y con las almas de los antepasados.
El copal proviene de la resina del árbol del mismo nombre, que al arder desprende un humo blanco y aromático. Este humo, según la tradición, sirve como puente entre el plano terrenal y el espiritual, guiando a las almas que regresan durante los días 1 y 2 de noviembre. Su fragancia limpia el ambiente y purifica la ofrenda, permitiendo que los difuntos encuentren el camino hacia su hogar.
El significado del copal es profundo y sagrado: representa la purificación del alma y la elevación de las plegarias hacia los dioses. En la cosmovisión indígena, el humo del copal simboliza la unión entre el cielo y la tierra, el tránsito entre el mundo físico y el espiritual. Por eso, al encenderlo, se cree que se abren los caminos para que las almas puedan visitar a sus seres queridos y disfrutar de las ofrendas que se les preparan con tanto amor.
Para las culturas mexica, maya y zapoteca, el copal representaba la esencia misma del alma. Era ofrecido en templos, ceremonias agrícolas y rituales funerarios. En el altar de muertos contemporáneo, su presencia mantiene viva esa herencia espiritual: acompaña las flores de cempasúchil, las velas y los alimentos, recordándonos que el Día de Muertos es una celebración del ciclo de la vida y la muerte, un reencuentro sagrado que se perfuma con el humo del copal.
Así, al encenderlo, no solo se rinde homenaje a quienes ya partieron, sino que también se invoca la memoria, la unidad familiar y la continuidad de nuestras raíces. El copal nos envuelve en su aroma milenario, como una plegaria que asciende al cielo, llevando consigo el amor y la devoción de los vivos hacia sus muertos.












































