En el colorido universo del Día de Muertos, los alebrijes destacan como figuras mágicas que representan la fusión entre la imaginación, el arte popular y la espiritualidad. Estas criaturas fantásticas, nacidas del sueño y la creatividad, se han convertido en símbolos de guía espiritual, acompañando a las almas en su viaje entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
El origen de los alebrijes se remonta a los años 30, cuando el artesano Pedro Linares López, originario de la Ciudad de México, enfermó gravemente y, durante su convalecencia, soñó con un bosque poblado de seres extraordinarios: animales híbridos con alas, colas, garras y colores intensos. Estas figuras le gritaban “¡alebrijes!” mientras lo guiaban fuera de un túnel oscuro hacia la luz. Al recuperarse, Pedro dio vida a aquellas visiones con cartón y papel maché, creando así una de las expresiones más bellas del arte popular mexicano.
Con el paso del tiempo, los alebrijes se transformaron en guardianes espirituales, asociados al Día de Muertos como compañeros del alma en su tránsito hacia el Mictlán, el lugar del descanso eterno según la tradición mexica. Se dice que, al igual que el humo del copal o las flores de cempasúchil, los alebrijes ayudan a las almas a encontrar el camino de regreso al mundo












































